jueves, 20 de mayo de 2010

Vistas del "día de la madre tierra"







Imágenes tomadas por Ernesto Leyva correspondientes a la celebración del "Día de la Madre Tierra" en el Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México el 18 de abril de 2010

“El día de la madre tierra” Una celebración entre dos polos

La mayor parte de los mexicanos concibe los rituales y las tradiciones indígenas como parte insoslayable de nuestra nacionalidad, de nuestro “ser”, referirnos a las pirámides de Teotihuacán o a la grandeza del imperio azteca, por mencionar algunos ejemplos, es hablar de un pasado glorioso, el cual nos constituye hasta la actualidad. Habituados a ver y apreciar ese “pasado” en sitios arqueológicos y/o museos, rara vez lo confrontamos con las prácticas contemporáneas. Con esto no quiero decir que pasemos de largo ante los indígenas y lo indígena, sin embargo, pocas veces lo vemos más allá de lo meramente turístico, artesanal o folclórico.

Por lo tanto, asistir a la celebración de “El día de la madre tierra” en el Museo Nacional de Antropología se convirtió en una experiencia muy particular, dado que en ella se conjugaron elementos aparentemente opuestos: por un lado las prácticas neo-prehispánicas y por otro el contenedor mismo, es decir, el museo. El cual, como representante de un Estado que históricamente ha implementado una política de integración y/o asimilación respecto a las culturas indígenas, se caracteriza por mostrar un pasado “homogéneo” y “manejable”, cuyas manifestaciones actuales son siempre (o casi siempre) relegadas.

A ritmo de tambores, silbatos, flautas y palos de lluvia el ritual dio comienzo hacia las 10 de la mañana, dado que ya estaba dentro del patio no pude observar la entrada del contingente por la puerta principal, pero imagino que fue muy similar a lo que vi cuando ingresaron al patio. Los atuendos, las máscaras y los sonidos inmediatamente llamaron la atención de los que ahí estábamos, a partir de ese momento dejamos de ser visitantes del mueso y nos convertimos en espectadores. Espectadores de un ritual que pocos conocían y aún menos comprendían.

Conforme se acercaban a la sala mexica, los participantes danzaban al ritmo de las percusiones, extendiendo sus brazos al cielo y entonando canticos a las divinidades. Según me enteré días después, la negociación con las autoridades del Museo para obtener el permiso fue complicada, por lo que este año se restringió el acceso y no todos los contingentes ingresaron a la sala, situación que retrasó la entrada y bloqueó el ingreso por varios minutos.

Una vez dentro, el grupo que logró entrar se dirigió directamente a la Coatlicue y depositó una ofrenda de incienso, copal y maíz a sus pies. A partir de ese punto comenzaron las danzas, rezos y rituales en agradecimiento a las bendiciones recibidas de nuestra madre tierra; ritos que a pesar de vindicar un origen indígena, incluyen en ellos ciertos elementos provenitentes de la tradición católica. Conforme transcurrían los minutos el ritmo de los tambores llenó el ambiente y por algunos instantes fuimos contagiados de esa “energía” mística, la cual se hizo presente de maneras muy peculiares: gente bailando casi en trance, otros cargándose de energía de las esculturas, algunos más cantando, pero todos guiados por la cadencia de los sonidos.

Participaron en la celebración diversas asociaciones neo-indígenas, algunas de las cuales provenían de Puebla, otras de Tlaxcala, algunas de municipios conurbados y otras por supuesto de la Ciudad de México. En este sentido, la configuración de los asistentes era muy heterogénea, tanto en rangos de edad como en niveles socio-económicos, sin embargo, eso no fue impedimento para “conectarse” con el ritual. Haciendo un cálculo, me atrevería a decir que entre los que estaban en la sala y los grupos que se quedaron fuera había entre 200 y 300 participantes de la ceremonia, aparte el resto de visitantes, de los cuales no podría hacer una estimación.

Una hora después termino el ritual, los grupos desalojaron la sala y poco a poco volvió a su normalidad, dando paso al aire de solemnidad que la caracteriza. Aunque la celebración no finalizó ahí, el contingente de asociaciones marchó por Paseo de la Reforma y Avenida Juárez hasta la estatua que representa la fundación de México – Tenochtitlán, la cual está ubicada en la esquina de la Av. Pino Suarez y Corregidora a un costado del edificio de gobierno del DF, allí termino la celebración.

Más allá de significados o etiquetas, este ritual pone en tensión el papel del museo / institución y nos muestra que las prácticas culturales en esta primer década del siglo buscan espacios en recintos que hasta hace algunos años les estaban vetados. Circunstancia que abre nuevas interrogantes en torno al rol de los museos como generadores de discursos legitimadores.



Ernesto Leyva
Posgrado en Historia del Arte
FFyL - UNAM

Algunos apuntes sobra la exposición “Moana: Culturas de las islas del pacífico”

Histórica y geográficamente las culturas de las islas del pacifico están lejos de nuestro imaginario, salvo contadas excepciones o casos específicos, el conocimiento que tenemos sobre ellas es bastante pobre, por lo que visitar esta exposición representa una excelente oportunidad para conocer a través de la cultura material, la concepción del mundo, los modos de producción (en el termino más amplio) así como las relaciones de intercambio y otras expresiones culturales de estos pueblos.

La sala introductoria deja claro que si bien hablamos de culturas del pacifico en general, vistas de forma particular existen características (lingüísticas, geográficas u otras) que definen grupos específicos, por lo tanto, referirse a los habitantes de esta región del planeta es hablar de un entramado socio-cultural complejo en el que perviven tradiciones añejas, algunas de las cuales han sido modificadas o adaptadas por siglos de contacto con los occidentales, así como prácticas actuales; aunque dichos encuentros son relativamente recientes, han alterado de manera sustancial algunos patrones de comportamiento.

La exposición gira en torno a cinco ejes temáticos: Moana (el mar), Fanúa (la tierra), Lau (intercambio), Mana (poder) y Atua (espíritus y el mundo sobrenatural), si bien cada núcleo está delimitado por colores o espacios, me parece que a nivel curatorial los límites no son tan evidentes ya que la mayor parte de los objetos exhibidos cumple, en su contexto original, diversas funciones; comprendo la necesidad de agruparlos en categorías y me parece un acierto dada la naturaleza etnográfica de la expo. En este sentido es pertinente recordar que la mayoría de las piezas mostradas no fueron creadas con ese fin, por el contrario, su uso ritual o cotidiano dista de las implicaciones museográficas. No obstante, después de algunos minutos y frente a determinados objetos, percibimos cierta “carga energética”.

Partiendo del supuesto de que la mayor parte del público que se acerca a esta exposición tiene muy pocas referencias de lo que va a ver, el guión curatorial y la disposición museográfica responden de manera adecuada a esta premisa y articulan un recorrido que puede entenderse a varios niveles, uno muy básico dirigido a niños y jóvenes, otro más complejo con explicaciones e información detallada, y por último uno especializado, el cual brinda a los investigadores la posibilidad de acercarse a objetos, ritos y prácticas de manera puntual y pormenorizada.

Respecto al estudio de estas culturas, es innegable que la etnografía y antropología modernas han pretendido borrar la concepción colonialista y euro-céntrica que de ellas se ha tenido, sin embargo, no es una tarea fácil dado que las primeras investigaciones y las principales colecciones de este tipo de objetos surgieron bajo aquellos postulados; en este sentido, “Moana” se erige como una propuesta de interpretación, a mi juicio, completa, que invita a la reflexión interdisciplinaria.

Salvo algunos detalles museográficos, cómo cédulas que remiten a piezas que no están numeradas, es de reconocer la calidad y cantidad de los objetos exhibidos; provenientes de prestigiadas instituciones, además de la famosa “colección Covarrubias” del Museo Nacional de las Culturas, difícilmente podrán verse de nuevo bajo un mismo espacio, tal como apuntó el curador de la exposición, Carlos Mondragón.

Ernesto Leyva
Posgrado en Historia del Arte
FFyL - UNAM

martes, 11 de mayo de 2010

Moana. Culturas de las islas del Pacífico



Moana (el mar), Fanúa (la tierra), Lau (el intercambio), Mana (el poder) y Atua (los espíritus y el mundo sobrenatural) son los ejes temáticos que articulan la exposición Moana. Culturas de las islas del Pacífico. En una visita guiada, el curador Carlos Mondragón explicó que la organización de los objetos fue compleja ya que pertenecen a diversos pueblos que habitan la extensa región de Oceanía y del Océano Pacífico. Sin embargo, estos conceptos son comúnes entre los grupos sociolingüísticos que habitan la zona. También subrayó que la muestra no se organiza a partir de núcleos regionales sobre todo porque se trata de piezas que pasaron por el escrutinio de coleccionistas y hoy son acervo de los Museos que colaboraron con la exposición: Museo Nacional de las Culturas, The Field Museum, Peabody Essex Museum, y Young Galery.

La propuesta curatorial en ejes temáticos, según el imaginario de los pueblos del Pacifico, soluciona la fragmentación y revaloraciones que las piezas seguramente han experimentado desde que fueron extraídas de su contexto original hasta su dispersión en colecciones y museos distantes en el mundo. En el contexto de la exposición, metafóricamente las piezas son restauradas en su primer horizonte semántico.

El mayor acierto de los paneles informativos y la distribución de salas interconectadas es insistir que el mar, la tierra, el intercambio, el poder y los espíritus más que temas son conductores de una red dinámica, generalmente llamada cultura. En la exposición los objetos no documentan ni representan grupos etnográficos, el acento está en presentar ejemplares de la cultura material que expresan valores y significados inmersos en los procesos sociales. En este sentido, Moana expone la agencia de los objetos toda vez que remos, barcas, textiles, ornamentos entre otros se asocian con ciclos rituales, participan en el intercambio y expresan valores estéticos.

Moana también se trata de arte sin necesitar un rubro. Como asentó Clifford Geertz, a diferencia de la perspectiva occidental del arte como una actividad diferenciada, otras sociedades producen arte en las prácticas colectivas, los rasgos estéticos participan de un sistema general de formas simbólicas. En las lecturas iconográficas de algunas piezas realizadas por el curador se detecta que los temas que articulan la exposición también están presentes en la simbología de los objetos. Por supuesto, en su capacidad de producir una experiencia sensorial los objetos en sí mismos son arte.

Como se hizo notar durante la visita, la depuración de la propuesta curatorial, en términos prácticos fue entorpecida principalmente por el sonido de los audiovisuales didácticos que contaminanla recepción de otros recursos sustanciales, como los cantos que efectivamente generan una atmósfera particular en las salas donde no hay interferencia. Se debe destacar que las vitrinas de Moana albergan una pieza máximo cuatro y son suficientes para indicar que la exposición aborda una cultura material compleja y sobre todo viva.

Fabiola Hernández Flores
Maestría en Historia del Arte, UNAM.
Antropología de los objetos

COATLINCHAN 2010-CRONICA

Fragmentos y replicas






Estas son fotos tomadas por Sandra Rozental durante su trabajo de campo entre 2008-2010, en San Miguel Coatlinchan, Edo. Mexico, como parte de su tesis doctoral acerca de las relaciones entre comunidades contemporáneas y el patrimonio arqueolágico.

Objetos que buscan regresar al origen

Marcel Mauss habla del Hau de los objetos como aquella fuerza que estos contienen y que es compartida con quienes los han poseído.

La serie “Objetos que buscan regresar al origen” remite a la idea de que los objetos contienen Hau, una especie de memoria que en este caso los hace ser concientes de si mismos y buscar el origen en la naturaleza, en la madera del bosque.


Los objetos elegidos para la serie emergen de la vida cotidiana, y están hechos de madera o papel (material derivado de los árboles). La materialidad de las piezas es importante ya que podría decirse que es esta la que contiene el Hau y es esta fuerza la que busca reincorporarse al ciclo vital.




En estas piezas los objetos consiguen una consciencia metafísica y arrepentidos de su ser cultural se desplazan al bosque y buscan la reintegración, unos a través del perdón, otros mediante la inmolación o simplemente dejándose ir.


Por otro lado esta serie intenta poner en evidencia la separación conceptual entre cultura y naturaleza y al mismo tiempo intenta borrar los límites de estos dos conceptos



*Casi todas las piezas están en proceso, así que aquí muestro un avance de dicho proceso por medio de bocetos y maquetas del proyecto.















Esta última pieza consistió en “embalsamar” un árbol muerto del bosuqe con pliegos de papel.

Cada pliego contiene la descripción de un paisaje, estos fragmentos de texto han sido extraídos de novelas y cuentos, y forman parte de una colección de paisajes literarios que he realizado durante algunos años.



Celia Moreschi

Maestría en historia del Arte
UNAM
c_moreschi@yahoo.com